Al
tiempo que tú partías, yo aterrizaba en casa... y en la realidad, después de
cuatro días largos e intensos y, al mismo tiempo, en una paradoja de la
vida, cortísimos e insuficientes. Llegué con el amanecer y el trino de los
pájaros me confirmó que la vida es maravillosa y que el presente sigue siendo
un gran regalo.
Nuestro
encuentro ha sido como la poesía, efímera y grata, emotiva, insensata. Piso
tierra y me cuestiono. ¿Sabes tú, tal vez, si las experiencias de
altura hacen la piel más dura en la caída? El escudo que pretendo
construir para mi corazón es más delgado con el tiempo y la distancia me
reta en un desafío desconocido cuyo atractivo es inexplicable.
El
beso de despedida, multiplicado por el deseo de cercanía del último
instante, se transforma en este mensaje en una bienvenida a tu tierra y a
tu gente, que me inspiran una sensación de curiosidad por saber más de ti, y de
pecadora envidia por la inevitable ignorancia.
Una
pregunta se quedó, como muchas otras, sin respuesta. No hubo tiempo suficiente
para tantas cosas. ¿Qué vas a hacer hoy? dijiste y tus palabras
se quedaron como un retintín en mi memoria. Y con la verdad te contesto
ahora, sorprendida ante lo inminente: voy a pensar en ti... y a
recordar... y a continuar viviendo... Y tú, ¿qué harás?
* * *
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